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El poder ningunea y persigue a los detectives desde la época de Franco
Lun 23 Feb 2015, 12:00
El sabueso que esclareció el caso del cura acusado en falso publica ‘Detectives RIP’, un libro reivindicativo sobre su oficio, víctima de unas leyes restrictivas y del recelo de las autoridades.
Su trabajo sirvió hace unas semanas para esclarecer el caso de un cura que fue acusado falsamente de abusos sexuales y de inducción al suicidio, una denuncia que el Arzobispado tomó por buena sin hacer ninguna comprobación. Juan Carlos Arias, detective privado, descubrió que la persona que acusaba al clérigo se lo había inventado todo y había creado incluso dos cuentas de correo electrónico suplantando identidades. No había suicidio ni tampoco muerto. Su investigación dejó en evidencia a la emprendida por la Iglesia, que suspendió al cura durante casi un mes en un intento por tapar un escándalo que no era tal. “Este caso ha sido un esperpento, ¿dónde ha estado la investigación de la Justicia canónica?”.
Arias se hace esta pregunta mientras charla sobre el libro que acaba de publicar, Detectives RIP, una obra reivindicativa del oficio del sabueso editada a principios de año por el sello Seleer. Recibe a este periódico en su despacho de la agencia ADAS, fundada por él en 1982. Papeles, cuadernos y libros se apilan en su mesa, donde también reposa una lupa. Se echa en falta la pipa. A un lado de la mesa permanecen una vieja máquina de escribir y un escudo del Betis -“detective es sinónimo de sufridor”- y de las paredes cuelgan varios cuadros con diplomas. Sobre uno de ellos, un recorte con la cabecera de El Caso, el semanario de sucesos para el que trabajó un tiempo antes de ser detective.
El libro es fruto de más de treinta años de experiencia. La del cura fue su primera investigación relacionada con la Iglesia católica, aunque sí se infiltró en los ochenta en la del Palmar de Troya. Se define como un detective de infantería, que en la mayoría de las veces tiene que hacer “artesanía” -en ocasiones con “hilo de oro”- para obtener la información que busca. En tres décadas de trabajo ha tocado casos de todo tipo. En uno de ellos encontró a un militar argentino prófugo que vivía en un chalé del Aljarafe. “Era una investigación que vino de Argentina sobre una chica que se había venido a vivir aquí. El abuelo era un vicecomodoro de la Fuerza Aérea en Córdoba, que había huido tras estar implicado en los vuelos de la muerte durante la dictadura. Avisé a la Embajada de Argentina y justo después se murió. Impune, eso sí”.
También investigó a Jacinto Rosselló, un estafador que se hacía pasar por primo del entonces príncipe Felipe en Asturias. “Se dedicaba a hacer inversiones de cartera. A mí me contrató un banco canadiense al que le dio un palo de diez millones de dólares. En casos como éste descubro que el mundo está al revés. El tipo era un impostor que afectaba al actual Rey y la Casa Real no ha hecho nada contra él, pese a que lo ha sufrido. Pasa como en el caso del cura. Parece que lo importante no es que haya sido imputado en falso, sino que haya chuleado a la Curia, que se haya planteado denunciarla”.
El libro de Arias es muy crítico con el poder establecido. A lo largo de toda la obra, sostiene una tesis muy firme. “Voy explicando cómo el poder ningunea y persigue a los detectives. Lo hace desde la época de Franco, que en 1951 sacó una norma absolutamente restrictiva”. Hace un repaso de las diferentes normativas que han regulado su trabajo en España desde mediados del siglo pasado. “La única que yo considero positiva es la del Gobierno de Adolfo Suárez, en 1981. Luego Felipe González nos englobó en la ley de seguridad privada. Lo que ahí subyace es que los grandes escándalos del felipismo lo han sacado detectives privados: los casos de Juan Guerra y Luis Roldán y la dimisión de Julián García Vargas”.
En muchas de las investigaciones confluyen montones de intereses. “El poder y la soberbia siempre funcionan con los mismos esquemas. Que tú nos has descubierto una chapuza nuestra tiene un pase. ¿Que encima quieres que te pidamos perdón? Te vamos a machacar. En Sevilla hay una frase muy mala, que es la del usted no sabe con quién está hablando. Eso lo detecto yo en las miradas en los juzgados”.
Recurre a un caso real que investigó en Huelva, el de un hombre que estaba de baja en su empresa y trabajaba de camarero para un bar que era una tapadera de narcotraficantes, para explicar el riesgo de su trabajo. “Media hora antes del juicio me dijeron que el tío era cuñado de un italiano que estaba en la cárcel y que era peligroso. A quien me lo contó le pregunté que por qué no me lo había dicho antes y me respondió que entonces yo no habría ido. Pero allí no se presentó nadie, perdieron el juicio. Con esto quiero decir que los que aparentemente dan mucho miedo luego son flanes que se caen. Ladran pero no muerden. El que muerde, muerde, y te hunde. Por eso yo no puedo dar toda la información que manejo. Muchas veces conviene guardarte algo por si hay problemas”.
Su tesis contra el poder se sostiene en una serie de casos reales que aporta, como la operación Pitiusa, en la que fueron detenidos 80 compañeros suyos, o el caso de Método 3, que ocupa prácticamente un 25% del libro. “Detrás de nuestro trabajo hay muchos intereses. La investigación de un delito es algo que compete sólo a la Policía o la Guardia Civil. ¿Por qué no quieren que se investigue algo fuera de las Fuerzas de Seguridad? Incluso en ellas mismas están desmantelando las mejores unidades contra la corrupción, que ha llegado a todos los niveles. La Justicia está penosa. La sensación que tiene el ciudadano es que el que la hace no la está pagando”.
Su trabajo tiene muchos obstáculos. “Nos ponen pegas por todos lados. Una de nuestras bestias negras es el abuso y el exceso de la ley de protección de datos. Otra, la falta de colaboración absoluta por parte de los poderes públicos, que por un lado nos dicen que podemos ejercer pero por otro nos paran los pies. Eso hace que tengamos que movernos en lagunas. Somos un gremio huérfano. Nadie nos apoya. Todos nos temen pero todos nos contratan”.
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Su trabajo sirvió hace unas semanas para esclarecer el caso de un cura que fue acusado falsamente de abusos sexuales y de inducción al suicidio, una denuncia que el Arzobispado tomó por buena sin hacer ninguna comprobación. Juan Carlos Arias, detective privado, descubrió que la persona que acusaba al clérigo se lo había inventado todo y había creado incluso dos cuentas de correo electrónico suplantando identidades. No había suicidio ni tampoco muerto. Su investigación dejó en evidencia a la emprendida por la Iglesia, que suspendió al cura durante casi un mes en un intento por tapar un escándalo que no era tal. “Este caso ha sido un esperpento, ¿dónde ha estado la investigación de la Justicia canónica?”.
Arias se hace esta pregunta mientras charla sobre el libro que acaba de publicar, Detectives RIP, una obra reivindicativa del oficio del sabueso editada a principios de año por el sello Seleer. Recibe a este periódico en su despacho de la agencia ADAS, fundada por él en 1982. Papeles, cuadernos y libros se apilan en su mesa, donde también reposa una lupa. Se echa en falta la pipa. A un lado de la mesa permanecen una vieja máquina de escribir y un escudo del Betis -“detective es sinónimo de sufridor”- y de las paredes cuelgan varios cuadros con diplomas. Sobre uno de ellos, un recorte con la cabecera de El Caso, el semanario de sucesos para el que trabajó un tiempo antes de ser detective.
El libro es fruto de más de treinta años de experiencia. La del cura fue su primera investigación relacionada con la Iglesia católica, aunque sí se infiltró en los ochenta en la del Palmar de Troya. Se define como un detective de infantería, que en la mayoría de las veces tiene que hacer “artesanía” -en ocasiones con “hilo de oro”- para obtener la información que busca. En tres décadas de trabajo ha tocado casos de todo tipo. En uno de ellos encontró a un militar argentino prófugo que vivía en un chalé del Aljarafe. “Era una investigación que vino de Argentina sobre una chica que se había venido a vivir aquí. El abuelo era un vicecomodoro de la Fuerza Aérea en Córdoba, que había huido tras estar implicado en los vuelos de la muerte durante la dictadura. Avisé a la Embajada de Argentina y justo después se murió. Impune, eso sí”.
También investigó a Jacinto Rosselló, un estafador que se hacía pasar por primo del entonces príncipe Felipe en Asturias. “Se dedicaba a hacer inversiones de cartera. A mí me contrató un banco canadiense al que le dio un palo de diez millones de dólares. En casos como éste descubro que el mundo está al revés. El tipo era un impostor que afectaba al actual Rey y la Casa Real no ha hecho nada contra él, pese a que lo ha sufrido. Pasa como en el caso del cura. Parece que lo importante no es que haya sido imputado en falso, sino que haya chuleado a la Curia, que se haya planteado denunciarla”.
El libro de Arias es muy crítico con el poder establecido. A lo largo de toda la obra, sostiene una tesis muy firme. “Voy explicando cómo el poder ningunea y persigue a los detectives. Lo hace desde la época de Franco, que en 1951 sacó una norma absolutamente restrictiva”. Hace un repaso de las diferentes normativas que han regulado su trabajo en España desde mediados del siglo pasado. “La única que yo considero positiva es la del Gobierno de Adolfo Suárez, en 1981. Luego Felipe González nos englobó en la ley de seguridad privada. Lo que ahí subyace es que los grandes escándalos del felipismo lo han sacado detectives privados: los casos de Juan Guerra y Luis Roldán y la dimisión de Julián García Vargas”.
En muchas de las investigaciones confluyen montones de intereses. “El poder y la soberbia siempre funcionan con los mismos esquemas. Que tú nos has descubierto una chapuza nuestra tiene un pase. ¿Que encima quieres que te pidamos perdón? Te vamos a machacar. En Sevilla hay una frase muy mala, que es la del usted no sabe con quién está hablando. Eso lo detecto yo en las miradas en los juzgados”.
Recurre a un caso real que investigó en Huelva, el de un hombre que estaba de baja en su empresa y trabajaba de camarero para un bar que era una tapadera de narcotraficantes, para explicar el riesgo de su trabajo. “Media hora antes del juicio me dijeron que el tío era cuñado de un italiano que estaba en la cárcel y que era peligroso. A quien me lo contó le pregunté que por qué no me lo había dicho antes y me respondió que entonces yo no habría ido. Pero allí no se presentó nadie, perdieron el juicio. Con esto quiero decir que los que aparentemente dan mucho miedo luego son flanes que se caen. Ladran pero no muerden. El que muerde, muerde, y te hunde. Por eso yo no puedo dar toda la información que manejo. Muchas veces conviene guardarte algo por si hay problemas”.
Su tesis contra el poder se sostiene en una serie de casos reales que aporta, como la operación Pitiusa, en la que fueron detenidos 80 compañeros suyos, o el caso de Método 3, que ocupa prácticamente un 25% del libro. “Detrás de nuestro trabajo hay muchos intereses. La investigación de un delito es algo que compete sólo a la Policía o la Guardia Civil. ¿Por qué no quieren que se investigue algo fuera de las Fuerzas de Seguridad? Incluso en ellas mismas están desmantelando las mejores unidades contra la corrupción, que ha llegado a todos los niveles. La Justicia está penosa. La sensación que tiene el ciudadano es que el que la hace no la está pagando”.
Su trabajo tiene muchos obstáculos. “Nos ponen pegas por todos lados. Una de nuestras bestias negras es el abuso y el exceso de la ley de protección de datos. Otra, la falta de colaboración absoluta por parte de los poderes públicos, que por un lado nos dicen que podemos ejercer pero por otro nos paran los pies. Eso hace que tengamos que movernos en lagunas. Somos un gremio huérfano. Nadie nos apoya. Todos nos temen pero todos nos contratan”.
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