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Homero en Aracataca
Vie 25 Abr 2014, 17:46
Las hadas que lo recibieron en el mundo le contaron historias transpersonales, una red hecha de palabras, gente, sucesos, lugares, insólitas memorias del sitio de llegada, una polifonía del realismo fantástico.
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen] OPINION Fernando Solana Olivares
Se van yendo uno a uno y no terminan: esta oscura desbandada. Ahora se fue el mejor, otro Homero de la lengua española, el narrador hipnótico cuyas historias establecieron una correspondencia emocional con sus arrebatados lectores, que en adelante recordarían como una fecha de revelación personal cuando leyeron su primer libro de García Márquez. Más aún si éste hubo sido Cien años de soledad.
La razón de ello tiene que ver con una poderosa mezcla de lo específico con lo universal, construida con el tiempo verbal del mito que condensa la eternidad, bien sea de la acción contada o del recuerdo que se cuenta: decir de algún personaje que “recordaría siempre” algo es colocarlo en un espacio donde aquello que pasó continuará pasando. La generosa literatura de García Márquez está nutrida por un imaginario colectivo donde se asientan los arquetipos, los patrones originales de las cosas. De ahí la identificación profunda que provoca esta suma de narraciones cuyo ancestral precepto es contar bien una historia, celebrando así la gramática de la pertenencia mutua desde que el mundo humano es tal.
Un pájaro amarillo ronda desde ayer en la ventana. Va y viene como si quisiera entrar a donde escribo: ojalá y pudiera entrar a lo que escribo. Reparo en la señal garciamarquiana del color amarillo. Su amigo, el sabio Ramón Vinyes, lector de alguno de sus manuscritos, aconsejó a García Márquez que sustituyera los nombres de ciudades y lugares reales por otros imaginarios para darle una dimensión mítica a su universo narrativo. Así Macondo se volvió perdurable.
Por esos días de 1950, estando convaleciente en Sucre, García Márquez recibió de Vinyes y otros amigos obras de Faulkner, Virginia Woolf, Dos Passos, Hemingway, Steinbeck, Caldwell y Huxley. Críticos como Jacques Gilard destacan el encuentro del escritor colombiano con Faulkner, sobre todo, quien le mostrará ciertos recursos estructurales que harán perfecta una obra que aspiraba a serlo desde su aparición. Las críticas tempranas a los primeros cuentos de García Márquez saludan al escritor largamente esperado por las letras nacionales.
Su aprendizaje es intenso y sucede desde el periodismo, un oficio del lenguaje que el joven escritor ejerce con talento, energía y pasión, de modo paralelo a su obra literaria. Ahí hace ciencia de su arte al publicar en El Heraldo de Barranquilla la columna “La Jirafa”, firmada con el seudónimo Septimus a lo largo de unas cuatrocientas entregas. Antes de ello, en El Universal de Cartagena, ha publicado su antecedente, la columna “Punto y aparte”.
En tiempos de convulsión política y violencia pública, históricamente muy oscuros, García Márquez utiliza en sus columnas un tono humorístico e irónico de distancia inteligente para tratar innumerables temas, hasta el tema de no tener tema que tratar. Es una forma de sortear la censura mediante una superficie lingüística que se multiplica sin cesar y le enseña maestría prosística. El exitoso periodismo que inició ocho meses después de publicar su primer relato de ficción significó, según afirma la crítica, una inaplazable escuela de estilo, el aprendizaje de una retórica original que su genio convirtió en mitografía, en supraliteratura, en patrimonio emocional de la memoria común.
Por otra parte, existe una transubstanciación entre el momento colombiano mismo y el gran tema garciamarquiano de los universos afectivos que conocieron la felicidad y ahora se desmoronan y pierden para las familias incapacitadas en el paso del tiempo fatal y en el símbolo polivalente de la casa, cuando ya no hay tiempo redentor alguno sino solamente el “hubo una vez” del consuelo narrativo.
El Espíritu sopla donde quiera y quiso hacerlo en Aracataca. En la costa caribe colombiana donde García Márquez tuvo “la buena suerte de nacer”. Las hadas que lo recibieron en el mundo le contaron historias transpersonales, una red hecha de palabras, gente, sucesos, lugares, insólitas memorias del sitio de llegada, una polifonía del realismo fantástico con el riguroso compás de las tragedias clásicas a lo largo de la literatura universal.
El pájaro amarillo no ha vuelto a asomarse por la ventana. Mientras tanto abro Crónica de una muerte anunciada. Volveré a leerla y será siempre nueva, como si fuera leída por primera vez. En la alta fantasía llueve, escribió el Dante anticipando a García Márquez. Él mismo dijo: los fueros desaforados de la novela. O su canónico universo de ficción.
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Se van yendo uno a uno y no terminan: esta oscura desbandada. Ahora se fue el mejor, otro Homero de la lengua española, el narrador hipnótico cuyas historias establecieron una correspondencia emocional con sus arrebatados lectores, que en adelante recordarían como una fecha de revelación personal cuando leyeron su primer libro de García Márquez. Más aún si éste hubo sido Cien años de soledad.
La razón de ello tiene que ver con una poderosa mezcla de lo específico con lo universal, construida con el tiempo verbal del mito que condensa la eternidad, bien sea de la acción contada o del recuerdo que se cuenta: decir de algún personaje que “recordaría siempre” algo es colocarlo en un espacio donde aquello que pasó continuará pasando. La generosa literatura de García Márquez está nutrida por un imaginario colectivo donde se asientan los arquetipos, los patrones originales de las cosas. De ahí la identificación profunda que provoca esta suma de narraciones cuyo ancestral precepto es contar bien una historia, celebrando así la gramática de la pertenencia mutua desde que el mundo humano es tal.
Un pájaro amarillo ronda desde ayer en la ventana. Va y viene como si quisiera entrar a donde escribo: ojalá y pudiera entrar a lo que escribo. Reparo en la señal garciamarquiana del color amarillo. Su amigo, el sabio Ramón Vinyes, lector de alguno de sus manuscritos, aconsejó a García Márquez que sustituyera los nombres de ciudades y lugares reales por otros imaginarios para darle una dimensión mítica a su universo narrativo. Así Macondo se volvió perdurable.
Por esos días de 1950, estando convaleciente en Sucre, García Márquez recibió de Vinyes y otros amigos obras de Faulkner, Virginia Woolf, Dos Passos, Hemingway, Steinbeck, Caldwell y Huxley. Críticos como Jacques Gilard destacan el encuentro del escritor colombiano con Faulkner, sobre todo, quien le mostrará ciertos recursos estructurales que harán perfecta una obra que aspiraba a serlo desde su aparición. Las críticas tempranas a los primeros cuentos de García Márquez saludan al escritor largamente esperado por las letras nacionales.
Su aprendizaje es intenso y sucede desde el periodismo, un oficio del lenguaje que el joven escritor ejerce con talento, energía y pasión, de modo paralelo a su obra literaria. Ahí hace ciencia de su arte al publicar en El Heraldo de Barranquilla la columna “La Jirafa”, firmada con el seudónimo Septimus a lo largo de unas cuatrocientas entregas. Antes de ello, en El Universal de Cartagena, ha publicado su antecedente, la columna “Punto y aparte”.
En tiempos de convulsión política y violencia pública, históricamente muy oscuros, García Márquez utiliza en sus columnas un tono humorístico e irónico de distancia inteligente para tratar innumerables temas, hasta el tema de no tener tema que tratar. Es una forma de sortear la censura mediante una superficie lingüística que se multiplica sin cesar y le enseña maestría prosística. El exitoso periodismo que inició ocho meses después de publicar su primer relato de ficción significó, según afirma la crítica, una inaplazable escuela de estilo, el aprendizaje de una retórica original que su genio convirtió en mitografía, en supraliteratura, en patrimonio emocional de la memoria común.
Por otra parte, existe una transubstanciación entre el momento colombiano mismo y el gran tema garciamarquiano de los universos afectivos que conocieron la felicidad y ahora se desmoronan y pierden para las familias incapacitadas en el paso del tiempo fatal y en el símbolo polivalente de la casa, cuando ya no hay tiempo redentor alguno sino solamente el “hubo una vez” del consuelo narrativo.
El Espíritu sopla donde quiera y quiso hacerlo en Aracataca. En la costa caribe colombiana donde García Márquez tuvo “la buena suerte de nacer”. Las hadas que lo recibieron en el mundo le contaron historias transpersonales, una red hecha de palabras, gente, sucesos, lugares, insólitas memorias del sitio de llegada, una polifonía del realismo fantástico con el riguroso compás de las tragedias clásicas a lo largo de la literatura universal.
El pájaro amarillo no ha vuelto a asomarse por la ventana. Mientras tanto abro Crónica de una muerte anunciada. Volveré a leerla y será siempre nueva, como si fuera leída por primera vez. En la alta fantasía llueve, escribió el Dante anticipando a García Márquez. Él mismo dijo: los fueros desaforados de la novela. O su canónico universo de ficción.
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Re: Homero en Aracataca
Vie 25 Abr 2014, 20:45
hola
al señor fernando solana no le habia leido nunca
pero madre mia que descripcion tan bonita que ha hecho del gran escritor ya desaparecido gebriel garcia marquez
al señor fernando solana no le habia leido nunca
pero madre mia que descripcion tan bonita que ha hecho del gran escritor ya desaparecido gebriel garcia marquez
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