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El Salvador: Apagar el fuego con un soplete
Dom 23 Ago 2015, 23:34
23/08/15
Apagar el fuego con un soplete
“Para defendernos de intervenciones o asaltos de vecinos se ha realizado ataques preventivos durante décadas. ¿Pero cuándo entenderemos que eliminar al enemigo, o al terrorismo, solo ha aumentado el terror?”
En España, me recomendaron no visitar Israel. “El Oriente Medio es tierra hostil. Quizá sea más hostil que tu país”, me advirtió José-Vidal, un historiador de Valladolid. Me pareció que exageraba. Nací donde asustan, en El Salvador. Un país desangrado durante décadas por la pobreza, la polarización política y las pandillas. Decidí ir. Y solo.
El primer traspié lo tuve en un aeropuerto de Chipre. Empleados de El Al, una aerolínea de bandera israelí, me entrevistaron durante casi una hora: “¿Por qué viaja solo a Israel? ¿Es peregrino o turista? ¿Por qué se alojará en el Barrio Musulmán de Jerusalén? ¿Podemos abrir su mochila?” Ni para el examen PAES contesté a tantas preguntas. Al final, no me permitieron abordar el vuelo que pagué tres meses antes. Frustrado, viajé a Tel Aviv un día después (en otra aerolínea). Al llegar, me sorprendió encontrar tanto militar por doquier, cascos azules de la ONU y cientos de soldados israelíes, algunos con pinta de adolescentes. Más tarde, supe que el servicio militar en Israel es obligatorio al alcanzar los 18 años de edad.
Aunque nadie me volvió a detener, me espanté un poco. Amén de que el grupo terrorista Estado Islámico (ISIS) opera cerca de la frontera israelí, recordé que durante el último verano flameó la violencia en la cercana franja palestina de Gaza. En los 51 días que duró la reyerta, murieron 2,205 palestinos y 71 israelíes (muchas de las bajas fueron civiles). El conflicto israelo-árabe es tan complejo y enquistado que un posible atentado no puede ser descartado. Sin embargo, mi tensión menguó al salir del aeropuerto, cuando comparé.
Israel posee casi la misma cantidad de kilómetros cuadrados que El Salvador, unos 20,000. Casi la misma cantidad de habitantes, unos siete millones. Eso sí, medio país vive en Tel Aviv, una ciudad ancha y rica. En un autobús en dirección a Jerusalén –la capital de judíos y palestinos–, una pasajera israelí me preguntó algo que me sorprendió: “He escuchado que El Salvador es peligroso. Problemas con pandillas y drogas, cierto?”
Le conté que casi 500 salvadoreños fueron asesinados en un mes, en marzo. Y que se ha tratado de frenar a las pandillas con mano dura y mano blanda. Y nada. Ella dijo que su país ha aplicado una receta similar, apagar el fuego del conflicto con un soplete: “Para defendernos de intervenciones o asaltos de vecinos se ha realizado ataques preventivos durante décadas. ¿Pero cuándo entenderemos que eliminar al enemigo, o al terrorismo, solo ha aumentado el terror?”
Al arribar a Jerusalén, volví a recordar a San Salvador, a la capital salvadoreña y al mesías. Es soleada y salpicada de cuerpos de seguridad, vigilantes. En la terminal de autobuses uno debe pasar por detectores de armas; lo mismo que ha empezado a hacerse en Metrocentro. Al igual que Ciudad Merliot, la Cúpula de la Roca, el famoso monumento islámico, tiene destellos de “alambre razor”. Pero el conflicto, la violencia, el miedo, no lo sentí. Un palestino me dijo que lo “difícil” sucede en otro lado, en Golán y Gaza.
Israel resultó revelador, aún me parece increíble que me pareciera menos inseguro que El Salvador. El conflicto salvadoreño no tiene a su base diferencias religiosas o culturales tan abismales, pero la revista InSight Crime ya coloca al país como el más violento del mundo. No es cierto lo que muchos salvadoreños creen, que la violencia desmedida es global. Esta es tierra hostil. Nos resta reconocerlo y buscar la manera de apagar el fuego sin sopletes .
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Apagar el fuego con un soplete
“Para defendernos de intervenciones o asaltos de vecinos se ha realizado ataques preventivos durante décadas. ¿Pero cuándo entenderemos que eliminar al enemigo, o al terrorismo, solo ha aumentado el terror?”
En España, me recomendaron no visitar Israel. “El Oriente Medio es tierra hostil. Quizá sea más hostil que tu país”, me advirtió José-Vidal, un historiador de Valladolid. Me pareció que exageraba. Nací donde asustan, en El Salvador. Un país desangrado durante décadas por la pobreza, la polarización política y las pandillas. Decidí ir. Y solo.
El primer traspié lo tuve en un aeropuerto de Chipre. Empleados de El Al, una aerolínea de bandera israelí, me entrevistaron durante casi una hora: “¿Por qué viaja solo a Israel? ¿Es peregrino o turista? ¿Por qué se alojará en el Barrio Musulmán de Jerusalén? ¿Podemos abrir su mochila?” Ni para el examen PAES contesté a tantas preguntas. Al final, no me permitieron abordar el vuelo que pagué tres meses antes. Frustrado, viajé a Tel Aviv un día después (en otra aerolínea). Al llegar, me sorprendió encontrar tanto militar por doquier, cascos azules de la ONU y cientos de soldados israelíes, algunos con pinta de adolescentes. Más tarde, supe que el servicio militar en Israel es obligatorio al alcanzar los 18 años de edad.
Aunque nadie me volvió a detener, me espanté un poco. Amén de que el grupo terrorista Estado Islámico (ISIS) opera cerca de la frontera israelí, recordé que durante el último verano flameó la violencia en la cercana franja palestina de Gaza. En los 51 días que duró la reyerta, murieron 2,205 palestinos y 71 israelíes (muchas de las bajas fueron civiles). El conflicto israelo-árabe es tan complejo y enquistado que un posible atentado no puede ser descartado. Sin embargo, mi tensión menguó al salir del aeropuerto, cuando comparé.
Israel posee casi la misma cantidad de kilómetros cuadrados que El Salvador, unos 20,000. Casi la misma cantidad de habitantes, unos siete millones. Eso sí, medio país vive en Tel Aviv, una ciudad ancha y rica. En un autobús en dirección a Jerusalén –la capital de judíos y palestinos–, una pasajera israelí me preguntó algo que me sorprendió: “He escuchado que El Salvador es peligroso. Problemas con pandillas y drogas, cierto?”
Le conté que casi 500 salvadoreños fueron asesinados en un mes, en marzo. Y que se ha tratado de frenar a las pandillas con mano dura y mano blanda. Y nada. Ella dijo que su país ha aplicado una receta similar, apagar el fuego del conflicto con un soplete: “Para defendernos de intervenciones o asaltos de vecinos se ha realizado ataques preventivos durante décadas. ¿Pero cuándo entenderemos que eliminar al enemigo, o al terrorismo, solo ha aumentado el terror?”
Al arribar a Jerusalén, volví a recordar a San Salvador, a la capital salvadoreña y al mesías. Es soleada y salpicada de cuerpos de seguridad, vigilantes. En la terminal de autobuses uno debe pasar por detectores de armas; lo mismo que ha empezado a hacerse en Metrocentro. Al igual que Ciudad Merliot, la Cúpula de la Roca, el famoso monumento islámico, tiene destellos de “alambre razor”. Pero el conflicto, la violencia, el miedo, no lo sentí. Un palestino me dijo que lo “difícil” sucede en otro lado, en Golán y Gaza.
Israel resultó revelador, aún me parece increíble que me pareciera menos inseguro que El Salvador. El conflicto salvadoreño no tiene a su base diferencias religiosas o culturales tan abismales, pero la revista InSight Crime ya coloca al país como el más violento del mundo. No es cierto lo que muchos salvadoreños creen, que la violencia desmedida es global. Esta es tierra hostil. Nos resta reconocerlo y buscar la manera de apagar el fuego sin sopletes .
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