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César Charro:«Los escoltas fueron un dique humano contra ETA y eso se ha olvidado»
Miér 10 Dic 2014, 23:22
CÉSAR CHARRO – EL CORREO – 07/12/14
· César Charro Especialista en seguridad y autor del libro ‘Una pistola y 25 balas’.
· «Hay situaciones terribles. Algunos han caído en el alcoholismo. Ha habido suicidios y muchos han perdido su casa».
· Reivindica la importancia de la seguridad privada en la derrota del terrorismo y señala que desde su implantación «no volvió a morir ninguna persona protegida»
César Charro fue instructor de escoltas cuando las fuerzas de seguridad no tenían los medios suficientes para proteger a todas las personas que ETA colocaba en su diana. Este experto ha recogido en el libro ‘Una pistola y 25 balas’ (Ed. Círculo Rojo) la historia de quienes velaron por la seguridad de los amenazados en el País Vasco. Pretende reivindicar la labor de un colectivo que resultó fundamental para derrotar a la banda terrorista, pero que hoy, a su juicio, está «olvidado» por la sociedad
– ¿Qué influencia tuvieron los escoltas en la derrota de ETA?
– He sido instructor de muchos escoltas aquí en el País Vasco. La tesis que mantengo en el libro es que esas 3.000 personas han contribuido de forma notable a lograr el final de la violencia. Para empezar, porque había una situación en la que morían concejales y cargos públicos con una cierta frecuencia. Y a partir de que se pusieron escoltas para todos los cargos públicos no volvió a morir ninguna persona protegida.
– Fernando Buesa fue asesinado con su escolta, Jorge Díez.
– Hablo de escoltas privados. Fernando Buesa estaba protegido por un ertzaina. Si alguno murió fue, precisamente, por prescindir de los servicios de escolta. Luego estuvo el atentado contra Esther Cabezudo, pero que sobrevivió gracias al escolta. La seguridad privada marcó un punto de inflexión. Además, poder disponer de estas 3.000 personas permitió que la Policía liberara sus recursos para dedicarse a investigar, a desmantelar los entramados financieros… Eso se ha olvidado con mucha facilidad. Y ahora que toca reescribir la historia es de justicia ponerlo en valor.
– ¿A qué se refiere?
– En los momentos en que acaban etapas como esta, después de 52 años de una banda terrorista, llega el momento en el que hay que escribir la historia. Hay dos posibilidades. Depende de quién la escriba, tendremos una versión u otra que pasará a la Historia con mayúsculas. Y tenemos que conseguir que la redacten los que estuvieron de parte de la Ley. Y no permitir que lo hagan los que fueron condescendientes con el fenómeno terrorista. De hecho, ya estamos escuchando a personas imputadas por un montón de asesinatos, sonrientes, dar una versión amable de lo que fue esta gente. Es necesario que alcemos un poco la voz en favor de los que estuvieron de parte de la ley.
– ¿Están poco reconocidos los escoltas?
– Es un colectivo absolutamente olvidado. Los escoltas fueron un dique humano, con muy pocas posibilidades y sin apenas medios para enfrentarse al terrorismo. De hecho, el libro se titula ‘Una pistola y 25 balas’ porque era la dotación que les daban para hacer una protección. Los cargadores de las pistolas tienen capacidad para 15 balas. No les daban ni siquiera dos cargadores completos. Y lo que toca es el reconocimiento a su labor.
– ¿En qué situación están?
– Hay situaciones terribles. Algunos han caído en el alcoholismo y en la depresión. Ha habido suicidios. Muchos están perdiendo su casa. Mucho desarraigo. Dos que conozco van a perder su casa ya porque llevan dos años sin trabajar de nada. No les contratan ni de vigilantes. En cuanto dicen que son escoltas la gente mira para otro lado. Este país es muy desagradecido. Si van a cualquier sitio no tienen que decir lo que han sido porque no están bien considerados. Hay algunos que aquí en el País Vasco incluso lo niegan. Y tristemente ha sido mejor que no lo digan. No les han dado ni medio punto para opositar a la Policía o a la Ertzaintza.
– ¿A qué atribuye todos los problemas personales de los que habla?
– Yo los comparo un poco con los soldados que volvieron de la guerra de Vietnam. Son gente que ha hecho un trabajo muy necesario, que han salvado vidas y que ahora no encuentran trabajo de nada. Si las empresas de seguridad les han dado la espalda, esta gente no sabe hacer otra cosa. Muchos tienen 50 años y llevan 20 en esto, y no pueden reinsertarse salvo que se les ayude. El abismo está ante ellos.
– Esta situación contrasta con el incremento que experimentaron los servicios de seguridad, cuando no había medios para proteger a tanto amenazado.
– Hay dos fechas clave. La primera fue el asesinato de Miguel Ángel Blanco. ETA situó como objetivo a cualquier concejal de cualquier pueblo, por pequeño que fuese. El segundo fue el asesinato del juez Lidón, que extendió las escoltas a jueces, fiscales… De la noche a la mañana, de una situación en la que prácticamente no había escoltas privados se pasó a tener más de 3.000 entre Euskadi y Navarra. Para las empresas y para todos fue una situación difícil de cubrir. Ni las policías tenían formación para instruirles. Tuvimos que aprender de cero y a contrarreloj.
«Gente que venía a Irak»
– Aquel ‘boom’ también obligó a reclutar escoltas que quizás no eran los ideales para esa tarea.
– Está claro. Venía gente de fuera que creía que venía a Irak, a la guerra. Venían fachas que querían luchar contra ETA y salvar a España. También venían buenos profesionales y muchas personas de aquí. Un vigilante cobraba 800 euros y un escolta cobraba 3.000.
– Ganaban bien. –Sí. Luego lo fueron rebajando. El sueldo medio al final era de unos 2.500 euros. Es verdad que conocí gente que, antes del euro, cuando apenas había escoltas, llegó a ganar 800.000 pesetas al mes. Pero claro, le tenían activado los treinta días del mes doce o catorce horas al día y se buscaba la vida para dormir en el coche. No era sostenible.
– Con el ocaso de ETA, se vivió el colapso de un ‘negocio’, con despidos masivos. Los gobiernos central y vasco invirtieron más de 1.625 millones de euros en proteger a los amenazados.
– Los gobiernos pagaban entre 7.000 y 8.000 euros por escolta al mes a las empresas. Al final, se produjo el colapso de varias empresas. Después se habló de que iban a ser reubicados en cárceles. Pero las compañías prefirieron despedirlos y contratar a vigilantes sin antigüedad para pagarles menos. La empresa busca lógicamente su beneficio, pero a la política y a las instituciones les corresponde agradecer su labor. La realidad es que casi el 90% de los escoltas está en el paro.
– ¿Cómo ve el futuro de esta profesión?
– Lo primero es felicitarse porque no haga falta proteger a ningún cargo público. Los mismos escoltas lo reconocen. Pero en España no tiene demasiado futuro porque es un país bastante seguro. Sí es cierto que en los últimos años han muerto 750 mujeres a manos de sus parejas. Deberíamos tomarnos más en serio las amenazas a las mujeres, porque eso es otra forma de terrorismo.
CÉSAR CHARRO – EL CORREO – 07/12/14
· César Charro Especialista en seguridad y autor del libro ‘Una pistola y 25 balas’.
· «Hay situaciones terribles. Algunos han caído en el alcoholismo. Ha habido suicidios y muchos han perdido su casa».
· Reivindica la importancia de la seguridad privada en la derrota del terrorismo y señala que desde su implantación «no volvió a morir ninguna persona protegida»
César Charro fue instructor de escoltas cuando las fuerzas de seguridad no tenían los medios suficientes para proteger a todas las personas que ETA colocaba en su diana. Este experto ha recogido en el libro ‘Una pistola y 25 balas’ (Ed. Círculo Rojo) la historia de quienes velaron por la seguridad de los amenazados en el País Vasco. Pretende reivindicar la labor de un colectivo que resultó fundamental para derrotar a la banda terrorista, pero que hoy, a su juicio, está «olvidado» por la sociedad
– ¿Qué influencia tuvieron los escoltas en la derrota de ETA?
– He sido instructor de muchos escoltas aquí en el País Vasco. La tesis que mantengo en el libro es que esas 3.000 personas han contribuido de forma notable a lograr el final de la violencia. Para empezar, porque había una situación en la que morían concejales y cargos públicos con una cierta frecuencia. Y a partir de que se pusieron escoltas para todos los cargos públicos no volvió a morir ninguna persona protegida.
– Fernando Buesa fue asesinado con su escolta, Jorge Díez.
– Hablo de escoltas privados. Fernando Buesa estaba protegido por un ertzaina. Si alguno murió fue, precisamente, por prescindir de los servicios de escolta. Luego estuvo el atentado contra Esther Cabezudo, pero que sobrevivió gracias al escolta. La seguridad privada marcó un punto de inflexión. Además, poder disponer de estas 3.000 personas permitió que la Policía liberara sus recursos para dedicarse a investigar, a desmantelar los entramados financieros… Eso se ha olvidado con mucha facilidad. Y ahora que toca reescribir la historia es de justicia ponerlo en valor.
– ¿A qué se refiere?
– En los momentos en que acaban etapas como esta, después de 52 años de una banda terrorista, llega el momento en el que hay que escribir la historia. Hay dos posibilidades. Depende de quién la escriba, tendremos una versión u otra que pasará a la Historia con mayúsculas. Y tenemos que conseguir que la redacten los que estuvieron de parte de la Ley. Y no permitir que lo hagan los que fueron condescendientes con el fenómeno terrorista. De hecho, ya estamos escuchando a personas imputadas por un montón de asesinatos, sonrientes, dar una versión amable de lo que fue esta gente. Es necesario que alcemos un poco la voz en favor de los que estuvieron de parte de la ley.
– ¿Están poco reconocidos los escoltas?
– Es un colectivo absolutamente olvidado. Los escoltas fueron un dique humano, con muy pocas posibilidades y sin apenas medios para enfrentarse al terrorismo. De hecho, el libro se titula ‘Una pistola y 25 balas’ porque era la dotación que les daban para hacer una protección. Los cargadores de las pistolas tienen capacidad para 15 balas. No les daban ni siquiera dos cargadores completos. Y lo que toca es el reconocimiento a su labor.
– ¿En qué situación están?
– Hay situaciones terribles. Algunos han caído en el alcoholismo y en la depresión. Ha habido suicidios. Muchos están perdiendo su casa. Mucho desarraigo. Dos que conozco van a perder su casa ya porque llevan dos años sin trabajar de nada. No les contratan ni de vigilantes. En cuanto dicen que son escoltas la gente mira para otro lado. Este país es muy desagradecido. Si van a cualquier sitio no tienen que decir lo que han sido porque no están bien considerados. Hay algunos que aquí en el País Vasco incluso lo niegan. Y tristemente ha sido mejor que no lo digan. No les han dado ni medio punto para opositar a la Policía o a la Ertzaintza.
– ¿A qué atribuye todos los problemas personales de los que habla?
– Yo los comparo un poco con los soldados que volvieron de la guerra de Vietnam. Son gente que ha hecho un trabajo muy necesario, que han salvado vidas y que ahora no encuentran trabajo de nada. Si las empresas de seguridad les han dado la espalda, esta gente no sabe hacer otra cosa. Muchos tienen 50 años y llevan 20 en esto, y no pueden reinsertarse salvo que se les ayude. El abismo está ante ellos.
– Esta situación contrasta con el incremento que experimentaron los servicios de seguridad, cuando no había medios para proteger a tanto amenazado.
– Hay dos fechas clave. La primera fue el asesinato de Miguel Ángel Blanco. ETA situó como objetivo a cualquier concejal de cualquier pueblo, por pequeño que fuese. El segundo fue el asesinato del juez Lidón, que extendió las escoltas a jueces, fiscales… De la noche a la mañana, de una situación en la que prácticamente no había escoltas privados se pasó a tener más de 3.000 entre Euskadi y Navarra. Para las empresas y para todos fue una situación difícil de cubrir. Ni las policías tenían formación para instruirles. Tuvimos que aprender de cero y a contrarreloj.
«Gente que venía a Irak»
– Aquel ‘boom’ también obligó a reclutar escoltas que quizás no eran los ideales para esa tarea.
– Está claro. Venía gente de fuera que creía que venía a Irak, a la guerra. Venían fachas que querían luchar contra ETA y salvar a España. También venían buenos profesionales y muchas personas de aquí. Un vigilante cobraba 800 euros y un escolta cobraba 3.000.
– Ganaban bien. –Sí. Luego lo fueron rebajando. El sueldo medio al final era de unos 2.500 euros. Es verdad que conocí gente que, antes del euro, cuando apenas había escoltas, llegó a ganar 800.000 pesetas al mes. Pero claro, le tenían activado los treinta días del mes doce o catorce horas al día y se buscaba la vida para dormir en el coche. No era sostenible.
– Con el ocaso de ETA, se vivió el colapso de un ‘negocio’, con despidos masivos. Los gobiernos central y vasco invirtieron más de 1.625 millones de euros en proteger a los amenazados.
– Los gobiernos pagaban entre 7.000 y 8.000 euros por escolta al mes a las empresas. Al final, se produjo el colapso de varias empresas. Después se habló de que iban a ser reubicados en cárceles. Pero las compañías prefirieron despedirlos y contratar a vigilantes sin antigüedad para pagarles menos. La empresa busca lógicamente su beneficio, pero a la política y a las instituciones les corresponde agradecer su labor. La realidad es que casi el 90% de los escoltas está en el paro.
– ¿Cómo ve el futuro de esta profesión?
– Lo primero es felicitarse porque no haga falta proteger a ningún cargo público. Los mismos escoltas lo reconocen. Pero en España no tiene demasiado futuro porque es un país bastante seguro. Sí es cierto que en los últimos años han muerto 750 mujeres a manos de sus parejas. Deberíamos tomarnos más en serio las amenazas a las mujeres, porque eso es otra forma de terrorismo.
CÉSAR CHARRO – EL CORREO – 07/12/14
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