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Los casos del Sherlock Holmes español: el robo en el Museo del Prado.
Sáb 21 Mar 2020, 13:42
abc.es
Federico Ayala Sörenssen.
19/03/2020.
El comisario Fernández Luna investigó la desaparición de varias piezas del Tesoro del Delfín y logró llevar a los ladrones ante la Justicia.
El 20 de septiembre de 1918, a media tarde, se presentó en el juzgado de guardia el subdirector del Museo del Prado, el laureado pintor don José Garnelo, para denunciar un importante robo. Al salir de la sala Velázquez observó que faltaba una pieza restaurada por él del denominado Tesoro del Delfín, una de las colecciones más curiosas y espectaculares del Museo. Es un conjunto de vasos preciosos procedentes de la colección del Delfín Luis, hijo de Luis XIV de Francia y padre de nuestro Felipe V, «hijo de Rey y padre de Rey, pero nunca Rey». El caso es que Garnelo llamó al conserje y abrieron sin esfuerzo la vitrina y, en el primer recuento, notaron la falta de 18 objetos de gran valor.
La Brigada de Investigación Criminal.
La Dirección General de Seguridad envió entonces a su mejor hombre, el comisario Ramón Fernández Luna, que acudió con sus hombres de la Brigada de Investigación Criminal de Madrid. De manera preventiva se prohibió la salida de todas las personas que se encontraban en el Museo, tanto visitantes como trabajadores, a los que el gabinete antropométrico sacó la ficha dactilográfica para compararla con las posibles huellas. Además realizaron fotografías de la escena del crimen, tomaron huellas en toda la sala y observaron el estado de las cerraduras e interrogaron a los trabajadores que más contacto tenían con las piezas. La Brigada de Investigación Criminal a las órdenes de Fernández Luna aplicaba las técnicas policiales más modernas y conformaban un grupo policial de élite. Fernández Luna salió ya de madrugada acompañado del subdirector Sr. Garnelo. La impresión del comisario era que el autor o autores eran personas conocedoras del Museo.
Las pesquisas descubrieron pronto la falta de seguridad del Museo del Prado. Uno de los vigilantes declaró que ya había advertido al conserje la falta de piezas, pero como quiera que algunas estuvieran en restauración y que el inventario no se había actualizado, no le concedió importancia. Además, el subdirector, el pintor José Garnelo, tenía su estudio de pintura en la pinacoteca. Una modelo de manos informó que al visitar el estudio comprobó que eran muchas las personas que tenían acceso a la pinacoteca –modelos, ayudantes y criados y algún que otro artista- y había en guardillas y sótanos numerosos espacios donde podían ocultarse personas y objetos. Además, en ese mismo estudio realizaba en ocasiones restauraciones de diversas piezas, entre ellas alguna de las del Tesoro del Delfín, sin las medidas de seguridad más elementales.
El ex mecenas del Museo del Prado, José Lázaro Galdiano, denunció en una célebre conferencia en el Ateneo de Madrid el desatino no sólo en el Museo del Prado, sino en todas las instituciones que poseían patrimonio artístico. Denunció a muchos españoles que compraban objetos, incluso en catedrales, que luego eran revendidas al extranjero. Todo ello hizo que el director del Museo, el también pintor José Villegas, que trató de defenderse de las escasas medidas de seguridad de la pinacoteca que dirigía, dimitiese, como también lo hizo su subdirector.
Mientras tanto, la investigación de la Brigada Criminal de Madrid consiguió ir cercando a los responsables. Las piezas sustraídas eran desmontadas y vendidas, hasta que un joyero madrileño dio una pista a Fernández Luna que la siguió con la astucia que le caracterizaba hasta dar con Rafael Coba, un tipo curioso. Vividor y ludópata había conseguido una plaza de vigilante en el Museo del Prado: el zorro cuidando a las gallinas. El 12 de octubre de 1918, tras un cerco que fue narrado casi en directo por la prensa de la época, fue detenido Rafael Coba.
Reconstrucción del delito.
El comisario Fernández Luna había conseguido, en menos de un mes, descubrir el robo de unas joyas en el Museo del Prado y de paso destapar sus escasas medidas de seguridad. El 23 de octubre se realizó una reconstrucción del delito, una técnica novedosa que llevaba a cabo la Brigada de Investigación Criminal. Lo contaba ABC el 23 de octubre de 1918: «Coba, en presencia del juez, iba a proceder a escalar el edificio, tal y como en sus declaraciones había dicho que penetra a realizar el robo. Por una de las puertas que dan frente a los Jerónimos entró en el patio donde se hacían las obras de ampliación del Museo. Allí permanecía oculto hasta que se hacía de noche, y entonces, escalaba hasta el Museo». Abría con una llave copiada del original y entraba tranquilamente en la sala donde estaba el Tesoro del Delfín, abría las vitrinas con otra llave y sustraía algún objeto. Así durante meses.
Juicio y decepción.
En noviembre de 1920 se celebró el juicio. Todos los acusados, Rafael Coba, su esposa Isidra Rodríguez, tres celadores implicados, Darío Fernández, Félix Velloso y Alejandro Varela, y el platero Isidro Agruña, negaron los hechos. Hábilmente defendidos por brillantes abogados, fueron declarados no culpables.
La abogacía del Estado no recurrió, pudiendo, la sentencia. Aunque hubo muchos intelectuales que se quejaron del escándalo que suponía dejar impune un atentado contra el patrimonio artístico. Pero, como había denunciado Lázaro Galdiano en su famoso discurso en el Ateneo de Madrid, eran muchos, y muy poderosos, los saqueadores del patrimonio, a los que no les interesaba que todo saliera a la luz. La brillante investigación llevada a cabo por Ramón Fernández Luna y su excelente Brigada de Investigación Criminal quedó en nada.
Federico Ayala Sörenssen.
19/03/2020.
El comisario Fernández Luna investigó la desaparición de varias piezas del Tesoro del Delfín y logró llevar a los ladrones ante la Justicia.
El 20 de septiembre de 1918, a media tarde, se presentó en el juzgado de guardia el subdirector del Museo del Prado, el laureado pintor don José Garnelo, para denunciar un importante robo. Al salir de la sala Velázquez observó que faltaba una pieza restaurada por él del denominado Tesoro del Delfín, una de las colecciones más curiosas y espectaculares del Museo. Es un conjunto de vasos preciosos procedentes de la colección del Delfín Luis, hijo de Luis XIV de Francia y padre de nuestro Felipe V, «hijo de Rey y padre de Rey, pero nunca Rey». El caso es que Garnelo llamó al conserje y abrieron sin esfuerzo la vitrina y, en el primer recuento, notaron la falta de 18 objetos de gran valor.
La Brigada de Investigación Criminal.
La Dirección General de Seguridad envió entonces a su mejor hombre, el comisario Ramón Fernández Luna, que acudió con sus hombres de la Brigada de Investigación Criminal de Madrid. De manera preventiva se prohibió la salida de todas las personas que se encontraban en el Museo, tanto visitantes como trabajadores, a los que el gabinete antropométrico sacó la ficha dactilográfica para compararla con las posibles huellas. Además realizaron fotografías de la escena del crimen, tomaron huellas en toda la sala y observaron el estado de las cerraduras e interrogaron a los trabajadores que más contacto tenían con las piezas. La Brigada de Investigación Criminal a las órdenes de Fernández Luna aplicaba las técnicas policiales más modernas y conformaban un grupo policial de élite. Fernández Luna salió ya de madrugada acompañado del subdirector Sr. Garnelo. La impresión del comisario era que el autor o autores eran personas conocedoras del Museo.
Las pesquisas descubrieron pronto la falta de seguridad del Museo del Prado. Uno de los vigilantes declaró que ya había advertido al conserje la falta de piezas, pero como quiera que algunas estuvieran en restauración y que el inventario no se había actualizado, no le concedió importancia. Además, el subdirector, el pintor José Garnelo, tenía su estudio de pintura en la pinacoteca. Una modelo de manos informó que al visitar el estudio comprobó que eran muchas las personas que tenían acceso a la pinacoteca –modelos, ayudantes y criados y algún que otro artista- y había en guardillas y sótanos numerosos espacios donde podían ocultarse personas y objetos. Además, en ese mismo estudio realizaba en ocasiones restauraciones de diversas piezas, entre ellas alguna de las del Tesoro del Delfín, sin las medidas de seguridad más elementales.
El ex mecenas del Museo del Prado, José Lázaro Galdiano, denunció en una célebre conferencia en el Ateneo de Madrid el desatino no sólo en el Museo del Prado, sino en todas las instituciones que poseían patrimonio artístico. Denunció a muchos españoles que compraban objetos, incluso en catedrales, que luego eran revendidas al extranjero. Todo ello hizo que el director del Museo, el también pintor José Villegas, que trató de defenderse de las escasas medidas de seguridad de la pinacoteca que dirigía, dimitiese, como también lo hizo su subdirector.
Mientras tanto, la investigación de la Brigada Criminal de Madrid consiguió ir cercando a los responsables. Las piezas sustraídas eran desmontadas y vendidas, hasta que un joyero madrileño dio una pista a Fernández Luna que la siguió con la astucia que le caracterizaba hasta dar con Rafael Coba, un tipo curioso. Vividor y ludópata había conseguido una plaza de vigilante en el Museo del Prado: el zorro cuidando a las gallinas. El 12 de octubre de 1918, tras un cerco que fue narrado casi en directo por la prensa de la época, fue detenido Rafael Coba.
Reconstrucción del delito.
El comisario Fernández Luna había conseguido, en menos de un mes, descubrir el robo de unas joyas en el Museo del Prado y de paso destapar sus escasas medidas de seguridad. El 23 de octubre se realizó una reconstrucción del delito, una técnica novedosa que llevaba a cabo la Brigada de Investigación Criminal. Lo contaba ABC el 23 de octubre de 1918: «Coba, en presencia del juez, iba a proceder a escalar el edificio, tal y como en sus declaraciones había dicho que penetra a realizar el robo. Por una de las puertas que dan frente a los Jerónimos entró en el patio donde se hacían las obras de ampliación del Museo. Allí permanecía oculto hasta que se hacía de noche, y entonces, escalaba hasta el Museo». Abría con una llave copiada del original y entraba tranquilamente en la sala donde estaba el Tesoro del Delfín, abría las vitrinas con otra llave y sustraía algún objeto. Así durante meses.
Juicio y decepción.
En noviembre de 1920 se celebró el juicio. Todos los acusados, Rafael Coba, su esposa Isidra Rodríguez, tres celadores implicados, Darío Fernández, Félix Velloso y Alejandro Varela, y el platero Isidro Agruña, negaron los hechos. Hábilmente defendidos por brillantes abogados, fueron declarados no culpables.
La abogacía del Estado no recurrió, pudiendo, la sentencia. Aunque hubo muchos intelectuales que se quejaron del escándalo que suponía dejar impune un atentado contra el patrimonio artístico. Pero, como había denunciado Lázaro Galdiano en su famoso discurso en el Ateneo de Madrid, eran muchos, y muy poderosos, los saqueadores del patrimonio, a los que no les interesaba que todo saliera a la luz. La brillante investigación llevada a cabo por Ramón Fernández Luna y su excelente Brigada de Investigación Criminal quedó en nada.
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